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La doctrina del shock:

El auge del capitalismo del desastre

No logo: el poder de las marcas (2001) fue el primero, en el cual denunció las malas prácticas que llevaban a cabo las empresas más influyentes del globo terráqueo. El segundo es La doctrina del shock (2007) del cual hablaremos a continuación, y el último, Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima (2014), en el cual pretende girar las cosas y utilizar la crisis medioambiental para imponer medidas  progresistas: usar la doctrina del shock pero a la inversa.

Centrándonos en el segundo volumen de esta trilogía, encontramos que la obra explica el surgimiento y la evolución de la doctrina del shock, hasta llegar a lo que considera el shock definitivo: la guerra de Irak. Klein narra la investigación en primera persona, hecha con gran precisión y trabajo, va elaborado el relato a través de las numerosas fuentes y sus propios razonamientos. Destaca enormemente la dedicación hasta el más mínimo detalle de la investigación en un tema tan complejo y que abarca tantos territorios, épocas y sectores distintos.

La introducción nos ubica en el punto de partida de la autora: Nueva Orleans justo después del Katrina, uno de los huracanes más mortíferos de la historia de los Estados Unidos. Klein observa que hay personas como Richard Baker (congresista republicano en Nueva Orleans) que ven una oportunidad  de “limpiar” la ciudad en esa desgracia. Pero más allá de una cuestión racial, la autora señala a Milton Friedman, que también vio una oportunidad (económica) en el desastre y la conmoción. Gurú del movimiento en favor del capitalismo de libre mercado, vio en el Katrina la perfecta ocasión para establecer una reforma permanente: su idea fue que los recursos destinados a la reconstrucción de las escuelas de Nueva Orleans se utilizaran para dar cheques escolares a las familias, para que así estas pudieran dirigirse a escuelas privadas y que dichas instituciones (que ya obtenían beneficios), recibieran subsidios estatales por aceptar a esos niños.

A raíz de esta idea, una red de think tanks y grupos de derechas se abalanzaron sobre la ciudad. De esta forma y con el total apoyo de George W. Bush, en diecinueve meses las escuelas públicas de Nueva Orleans fueron substituidas casi en su totalidad por una red de escuelas chárter, creadas por el estado pero de gestión privada. Los contratos de los trabajadores que antes trabajaban para esas escuelas quedaron hechos pedazos y se disolvió un sindicato que antes se enorgullecía de ser fuerte.

Así fue como Nueva Orleans se convirtió en un laboratorio de pruebas de la nación (y en este caso de las escuelas chárter). Friedman murió menos de un año después del Katrina (2006), pero durante más de tres décadas, él y sus seguidores habían perfeccionado la misma estrategia: esperar a que se produjera una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor los restos de la red estatal a los agentes privados. Mientras esto ocurría, los ciudadanos aun se estaban recuperando el trauma, de esta forma lograban que las reformas fueran permanentes. Esta dinámica o modus operandi es el centro de su investigación y Klein la denomina como: <<doctrina del shock>>.

Por Neus Martínez

El relato que elabora Naomi Klein, trata sobre cómo el capitalismo actual se ha aprovechado y se aprovecha de las crisis y los desastres  para establecer medidas impopulares en la sociedad. Y cómo este método ha calado tanto en nuestra comunidad global, que lo podemos encontrar reflejado en cualquier punto del planeta.

Naomi es canadiense y ejerce como periodista, escritora y activista. A sus 47 años se ha convertido en una de las voces más importantes que lideran el movimiento anticapitalisa y antiglobalización, y en su consecuencia: antisistema. Sus investigaciones le han llevado a escribir una trilogía que ha cristalizado como  referente de los movimientos sociales que pretenden cambiar el mundo.

Como he dicho anteriormente, esta doctrina no nació en Nueva Orleans, sino que desde la Escuela de Chicago llevaba poniéndola en práctica durante décadas en distintitos escenarios y países del mundo: la Argentina de los años setenta y su política de desapariciones, la China de 1989 y la masacre de Tiananmen, la Rusia de 1993, la guerra de las Malvinas y Margaret Tatcher, el ataque de la OTAN contra Belgrado en 1999, entre muchos otros. 

En todos estos casos la economía no fue la única motivación que provoco los conflictos, pero en cada uno de ellos un estado de shock colectivo de primer orden fue el precedente de la terapia de shock económica.

Hay que destacar que el modelo económico de Friedman no siempre se impone mediante el shock, sino que puede imponerse parcialmente en democracia (Ronald Reagan o Nicolas Sarkozy) aunque de forma suavizada, ya que se encuentra bajo la presión pública. Pero para llevarse a cabo en todo su esplendor necesita condiciones políticas autoritarias, o dicho de otra forma: para desarrollarse en su verdadera versión necesita aplicarse sin ningún tipo de restricción. Y para eso necesita algún tipo de trauma colectivo que suspenda las reglas del juego democrático, temporalmente o permanentemente.

Klein señala que aunque la Escuela de Chicago había establecido la terapia de shock en otros países durante décadas, aun no habían podido incorporarla en Estados Unidos, que todavía contaba con una red de servicios públicos. Eso cambió en 2001, cuando se produjeron los atentados del 11-S y tuvieron el escenario perfecto de miedo y conmoción. La administración Bush aprovechó inmediatamente la oportunidad y lanzó la guerra contra el terror. Además, impulsó la industria de la seguridad interior contratando a más de 115.000 empresas privadas en concepto de servicios de seguridad; sin contar los fabricantes de armas, el mantenimiento del ejército estadounidense, el sector de las ayudas humanitarias y la reconstrucción de las zonas catastróficas… Si sumamos todos estos factores veremos que después de los atentados se desarrolló una nueva economía basada en el libre mercado, que nació en la era Bush pero que independientemente de quien gobierne seguirá funcionando hasta que la ideología que lo impulsa quede en evidencia.

Las conclusiones a las que llega a la autora en su último capítulo evocan un poco de luz sobre la hegemonía instaurada a través de la doctrina del shock. Klein afirma que el elemento principal que permite aplicar esta práctica es la sorpresa y la confusión. Una vez se descubren estos mecanismos, es más difícil atacar a las comunidades como un todo: se vuelven resistentes al shock. La autora cita casos como el del Líbano (2006) o España (2004) en los que la memoria colectiva del pasado, los shocks de antaño, permitieron resistir frente a los nuevos. La idea es que: el shock se gasta. Las comunidades no quieren una tabla rasa, una página en blanco en la que escribir de nuevo; sino que lo que les sana por dentro es reconstruir sus casas a la vez que reconstruyen sus heridas. Esto representa la antítesis al capitalismo del desastre, que con la desaparición de su elemento sorpresa, parece que cada vez se encuentra ante sociedades más resistentes a su lógica y más preparadas para cuando llegue el próximo shock.

Naomi Klein. Fuente: Eldiario.es

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