Una visita convencional a la Bolsa de Barcelona
Por Neus Martínez
El lobo de Wall Street no estaba
Una vez dentro pudimos observar un festival de pantallas de distintos tamaños, todas llenas de número verdes y rojos, que cambiaban una y otra vez. Nuestro guía, Oriol, empezó a explicarnos el contenido de las diferentes pantallas. Una por una, sección a sección. Dentro del edificio reinaba el silencio, solo interrumpido por nuestra visita. Tanta información económica no resultaba interesante para un puñado de periodistas que lo único que querían era ver el tuétano del asunto. Nos daban igual todos esos datos económicos que de poco nos iban a servir para escribir nuestras líneas.
Varios de nosotros formulamos preguntas, buscando quizás una puntilla de emoción. Para nuestra sorpresa había varias que no sabía responder o quizás no quería, o puede que no se le esté permitido hablar de ciertos temas. Tampoco pudimos acceder a los pisos superiores, ni nos mostró el restaurante donde los inversores podían disfrutar de su menú de brokers a buen precio.
Le pregunté si el sitio normalmente estaba así de poco poblado y me dijo que sí. Se ve que desde la digitalización las acciones de compra/venta se hacen en cualquier lugar y por lo tanto los brokers solo van allí a examinar la información de las pantallas. En ese momento, habría unas diez personas. A ambos lados se encontraban cinco trabajadores de la bolsa y en el centro de la sala cuatro jubilados interesados en invertir su pensión en el mercado bursátil, que como me dijo con una sonrisilla, acostumbraban a venir con regularidad.
Después de nuestra superficial estancia solo pude tener la certeza de que era un sitio bastante aburrido para alguien como yo. Y me surgieron dos preguntas, ¿dónde ocurre realmente la acción? ¿Dónde está la gente que influye de tal manera en nuestra sociedad? Lo único que se responder es que ahí no estaban.
Nunca antes había sentido curiosidad por ir a la Bolsa de Barcelona, ni siquiera sabía dónde se ubicaba. Aunque es un instrumento que conocía, no tiene el renombre cinematográfico o literario de Wall Street o la City, y no había despertado mi curiosidad. Pero una vez planteada la visita, me resultaba sumamente interesante la idea de poder inmiscuirme en ese sector desconocido. Siempre he encontrado intrigante cómo el mundo de las finanzas parece que actúe por su cuenta. La gente vive ajena a él y él vive ajeno a la gente, solo tenemos como referente películas como El lobo de Wall Street que distorsionan nuestra percepción de la realidad.
Los orígenes de la Bolsa de Barcelona remontan a la Edad Media con la aparición de las Lonjas de mercaderías y durante largo tiempo su sede se ubicó en el edificio gótico de la Casa Llotja de Mar situado en el Paseo de Isabel II. Hoy en día y desde 1994, como consecuencia de los nuevos sistemas de contratación electrónicos, el Parquet Electrónico de la Bolsa de Barcelona está situado en el número 19 del Paseo de Gràcia.
La verdad es que por el camino me había imaginado un edificio imponente, que destacara por encima de los demás, con grandes puertas y gente por todos lados. La realidad era bastante menos impresionante, a no ser por las cuatro banderas ondeantes que colgaban de la fachada, el edificio habría pasado totalmente desapercibido. Esa fue mi primera decepción pero no la última.
Nos atendió un joven vestido de traje y corbata, como él mismo expresó, no era un inversor, sino que se encargaba de analizar información macro-económica en la segunda planta: El Centro de Estudios. Como íbamos con él no hizo falta que pasáramos por el detector de metales. No disponen de grandes medidas de seguridad, aparte del guardia notablemente aburrido de la entrada. En realidad, la Bolsa de Barcelona es pública y puede acceder todo aquel que presente primero la documentación y vaya vestido medianamente formal.
Vista exterior del edificio de la Borsa de Barcelona
Pantallas situadas en la sala principal del edificio. Fuente: Quim Puig, archivo del Punt Avui